La exigencia y el perfeccionismo son dos defectos muy valorados. Y digo defectos porque terminan esclavizándonos. Nos someten a nivel de esfuerzo y competitividad que impiden que podamos vivir felices. Como todo, el éxito está en el término medio. Pero da la casualidad de que con la exigencia y con el perfeccionismo perdemos la virtuosidad de poder ponerles límites.
Nos hemos educado en una sociedad competitiva. En la que el lema de “más es mejor” campa a sus anchas en el terreno deportivo. Las redes tampoco son nuestro mejor aliado y nos venden frases como que “el techo eres tú”, “todo lo puede tu actitud”, “no tenemos límites”. Y como somos tan borreguillos, pues nos terminamos creyendo estas frases vacías. Creencias que terminan por frustrarnos, deprimirnos y machacarnos la autoestima.
Al perfeccionismo y la exigencia tenemos que darles una entrada en nuestra vida, pero sólo para que se asomen de vez en cuando, pero no para que tomen el protagonismo de esta. Basta con tener un “miramiento” con ambos.
¿Por qué nos perjudican y nos hacen sentir mal? Porque nos educan en la falsa creencia de que tenemos que estar todo el día superándonos porque eso es sinónimo de éxito. Querer superarte dice de ti que tienes ambición, ganas de ser mejor. Pero, mejor, ¿en qué? No serás mejor persona, ni más altruista, ni más amable. Se trataría de ser mejor para conseguir más retos, un mejor trabajo, ganar más dinero… No nos educan en la aceptación ni en la paciencia. Tampoco ayudan a desarrollar una autoestima positiva, porque la idea de superarse cada día nos lleva a no estar a gusto ni satisfechos con lo que tenemos ni con lo que somos…porque siempre podría ser un poquito mejor. Y eso nos frustra.
La persona exigente termina por pedir a su entorno un nivel de exigencia parecido, con lo que también le afecta a la autoestima de los suyos. Cuántos padres no critican a sus hijos cuando no marcan ocho goles diciéndoles que si se hubieran esforzado un poquito más hubieran podido meter diez. ¿Diez para qué? Entiendo que, si te han metido 9 goles, necesitas diez. Pero la mayoría de las veces no necesitas ese diez más que para la satisfacción de los padres.
No confundamos bajar nuestro nivel de exigencia con la cultura del esfuerzo. El esfuerzo es un valor importantísimo en nuestras vidas que nos ayuda a perseverar, a ser disciplinados, a postergar placeres inmediatos para comprometernos con nuestras obligaciones. El esfuerzo es necesario, pero para que nos ayude a ser responsables. Hay una diferencia abismal entre ser responsable y ser exigente. La persona responsable es una persona cumplidora, hace lo que dice que va a hacer. Y una vez hecho, se queda tranquila y disfruta de la vida. La persona exigente, hace lo que dice que va a hacer y se queda rumiando todo aquello que podría haber hecho mejor. O pierde un tiempo valiosísimo de su ocio para seguir mejorando un aspecto concreto, que seguramente nadie sabrá valorar.
Si eres de las personas que sufre por su nivel de exigencia y te gustaría vivir un poquito más tranquila, puedes seguir los siguientes consejos.
1. Hazte la pregunta, ¿qué precio estoy pagando por ser tan exigente y perfeccionista conmigo?
Trata de escribir una lista para tomar conciencia de ello.
Pierdo tiempo de ocio que podría invertir con amigas, yendo al gimnasio o haciendo en casa las manualidades que tanto me relajan.
Tengo ansiedad porque no llego a todo como a mí me gustaría.
Pago mi mal carácter con mis hijos y pareja porque no hacen las cosas como yo quiero que las hagan.
Me siento frustrada todo el día porque mi vida no es lo perfecta que a mí me gustaría.
2. Deja de querer controlarlo todo. No es posible.
La vida tiene una gran parte de no controlable y querer ocuparte de lo que no depende ti no solo genera insatisfacción. También eleva tus niveles de ansiedad. Para saber si algo depende de ti, basta con que te preguntes ¿esto que me preocupa tanto puedo resolverlo ahora?
3. Más no es sinónimo de mejor.
Necesitas cambiar algunas de tus creencias para poder bajar tu nivel de exigencia. Solemos ser muy reacios a la hora de cambiar y comprometernos con nuevos hábitos si no creemos firmemente en que son buenos para nosotros.
4. Aprende a convivir con el ligero malestar que provoca la imperfección.
Esto supone soportar un poquito de malestar. No nos gusta el malestar ni seguir ronroneado con ideas que nos llevan a seguir siendo perfeccionistas y exigentes. Por evitar ese malestar, planchamos los calcetines, nos enfrascamos a cocinar a las tantas de la noche, buscamos el regalo perfecto para una amiga… Aprende a convivir con ese ligero malestar que supone que las cosas estén a medias y que no sean perfectas. Cuando te acostumbras a ese malestar, si le dejas un tiempo, si te expones a esa “mediocridad”, al final el malestar se diluye. Y así dejas de esclavizarte.
5. Ten un mantra para calmar los pensamientos obsesivos y rumiantes que te dicen “hazlo ahora, hazlo mejor”.
Cuando tu cabeza pierda la serenidad dando vueltas a cómo hacer las cosas mejor o cómo seguir enganchada en tareas que te roban tiempo, trata de no hablar con esos pensamientos y en lugar de ello, puedes repetirte algo como “tal y como ahora está, está bien”. Sin juzgarte, sin razonar.
6. Ponte tiempos razonables a aquellas tareas a las que sueles darles más vueltas.
A veces nos enredamos con una tarea y no tenemos límites. Nos ponemos a corregir algo y lo leemos una y otra vez, una y otra vez. Ponle un límite de tiempo.
7. La gente te quiere porque eres persona, no porque seas perfecto.
No necesitas la aprobación de nadie. Si tu satisfacción personal y tu seguridad dependen de la aprobación de los demás, siempre buscarás cómo hacer las cosas mejor para no perder esa aprobación. Necesitas creerte que tú eres valioso por ser persona. Sin más. Puedes fallar, puedes actuar sin gustarle a los demás, puedes tener ideas o proyectos que los demás no aprueben. SI alguien tiene que apartarte de su vida por este motivo, cuanto antes salga de tu vida, mejor. No necesitas un baremo que te esté midiendo todo el día.
Necesitas flexibilizar tu mente. Abrirla. Entender que la vida es más que este momento en el que te estás consumiendo por vivir una vida perfecta. Nadie te va a pedir cuentas de tu perfección cuando no estés aquí. Y la huella que dejas en la vida está más relacionada con el disfrute y los valores de convivencia, que con lo que hagas desde tu nivel de exigencia.